Seminario de Cultura Mexicana
Corresponsalía Texcoco, Estado de México
Acaban de pasar, en 2024, las tradicionales festividades y celebraciones navideñas: la corona de adviento, las posadas, la cena de noche buena y navidad, la misa de gallo y la cena de fin de año. Ya estamos en enero de 2025 y faltan todavía, en este invierno, la partida de la rosca de reyes, la llegada de los tres reyes magos con los juguetes para los niños y los también tradicionales tamales del día dos de la Candelaria.
Las celebraciones decembrinas son para la gente adulta las más importantes, porque tienen una buena carga ideológica y religiosa. Son festividades en las que, por una parte, materialmente participan, y por otra, internamente experimentan su religiosidad.
En el mes de enero, la partida y degustación de la rosca de reyes se ha vuelto más un acto social de convivencia familiar y/o entre amigos. Luego, la ’llegada’ de los reyes magos, se ha transformado en una carga porque hay que comprar juguetes para los niños: los hijos, los sobrinos, los nietos e incluso en algunos casos para los ahijados, lo cual implica una erogación en el mes en el que hay que pagar el impuesto predial, la tenencia vehicular (disfrazada como refrendo) y enfrentar otros compromisos económicos del nuevo año, así como recuperarse de los gastos navideños. No en balde en este mes, popularmente, se expresa: ’la cuesta de enero’.
Así que, por mucho que la celebración de los reyes magos sean ineludibles y cause alegría ver los rostros felices de los niños por los regalos que reciben, no deja de ser su compra, para muchas personas, una carga económica más.
La idea de este escrito es, además de haber resaltado lo anterior, dar a conocer a los lectores, respetando su religiosidad personal, otros puntos de vista poco o nada contemplados alrededor de la figura de los tres reyes magos, desde la señal que los llevó hasta el paradero del Niño Dios, hasta los regalos que le ofrecieron, a fin de fortalecer la fe y espiritualidad personales.
LA ESTRELLA DE BELÉN
En las antiguas tradiciones, la aparición de una estrella en el cielo anunciaba un acontecimiento prodigioso. La Estrella de Belén fue la señal en el cielo que anunció el nacimiento del rey de los judíos (Mateo, II: 2). Este símbolo es primordial en el nacimiento de los dioses solares, por ejemplo, de Osiris entre los egipcios o de Krishna entre los antiguos indios (hindúes).
En el simbolismo, la Estrella de Belén pudo haber sido de cinco, seis u ocho puntas, nunca fue un cometa. Sin entrar en profundidades simbólicas, la estrella de cinco puntas, con una de éstas dirigida hacia arriba, representa a nivel microcósmico al hombre (la cabeza y sus extremidades), así como sus cinco sentidos físicos. Esta estrella es la unión de los principios masculino y femenino, simbolizados también por los números 3 y 2, respectivamente, los cuales suman 5, número que simboliza la unión, la armonía y el equilibrio (también el trabajo). A nivel macrocósmico, esta estrella simboliza el matrimonio sagrado (hierogamia) entre el principio positivo: generador, celeste (representado por el 3); y el negativo: pasivo, receptor y terrestre (simbolizado por el 2).
La estrella de seis puntas simboliza la unión del Macroprosopo y del Microprosopo, esto es, del Dios de Luz y del Dios de sombra; es la perfección del mundo material de acuerdo con la perfecta Sabiduría Divina o el perfecto Universo. Este símbolo hace referencia a una visión dualista del propio Universo. Esta estrella es un símbolo esotérico. Fulcanelli, en su obra El Misterio de las Catedrales, dice al respecto: ’Es una figura radiada, de seis puntas (digamma), llamada Estrella de los Magos, que resplandece en la superficie del compuesto, es decir, encima del pesebre en que descansa Jesús, el Niño-Rey’.
Ahora, con respecto a la estrella de ocho puntas, ésta, puede simbolizar solamente el equilibrio cósmico o también la vida eterna y la resurrección. Este último significado está acorde con la idea cristiana del nacimiento del Divino Niño, así como con la muerte y resurrección de Jesús.
Esta es, pues, independientemente de que haya sido astronómicamente la conjunción de varios planetas en el año 4 a. de C., la estrella simbólica que les sirvió a los tres reyes magos para dar con el paradero del Niño Dios.
LOS TRES ’REYES MAGOS’
Los tres reyes magos citados en el evangelio de Mateo, Capítulo II, versículos 1 y 12, no tienen el título de reyes, se mencionan solamente como magos, que de acuerdo con algunos autores eran sacerdotes y astrólogos adoradores del Dios persa Mitra. Aunque René Guénon, asienta en su obra El Rey del Mundo, que eran sacerdotes y reyes a la vez (depositando en ellos dos poderes, el sacramental y el regio). Ahora, acerca del número de magos que visitaron a Jesús recién nacido, varía desde dos, tres, cuatro, ocho, doce e incluso hasta 60, según las diferentes tradiciones y leyendas o según el evangelio que se consulte entre los canónigos y los llamados apócrifos.
Fue Orígenes (185 a 254 d. de C.), quien categóricamente afirmó que los magos que habían visitado a Jesús recién nacido fueron solamente tres. Esta afirmación fue la aceptada por la Iglesia Cristiana (posteriormente católica) y es la que perdura hasta nuestros días. Por esos años, Quinto Septimo Florencio Tertuliano (160 a 220 d. de C.), aprovechando la prohibición de la astrología por parte de la Iglesia Cristiana, les otorgó a estos magos la calidad de reyes. Más tarde se les cambió la vestimenta, principalmente se les cambió el gorro frigio, propio de los magos persas, y se les colocaron coronas reales latinas.
En el siglo VI, los nombres de los magos ya eran los que en la actualidad vulgarmente se aceptan: Melchor, Gaspar y Baltasar. Aunque de acuerdo con Eliphas Lévi, en su obra, Historia de la Magia, se asienta que los verdaderos nombres de los magos eran: Melchisedecb, Vrasahparmión y Baleathrasarón.
Hasta el siglo XVI los tres reyes magos eran de raza blanca, fue a partir de este siglo que se empezó a representar a la raza negra en uno de estos personajes para incluir en la idolatría a los habitantes de África. En aquel siglo, se pensaba que los reyes magos representaban a los descendientes de los tres hijos de Noé: Jafet, Sem y Cam, que a su vez eran padres de las razas hasta entonces conocidas: Melchor, de cabello y barba blanca, descendiente de Jafet, representaba a los europeos y fue el que le ofreció a Jesús el oro; Gaspar, rubio y lampiño, descendiente de Sem, representaba a los semitas (los asiáticos) y fue el que le regaló al Niño Dios el incienso; y, finalmente, Baltasar, negro y de barba, era descendiente de Cam, representaba a los negros de África y fue el que le obsequió a Jesús la mirra.
Con respecto a estos enigmáticos obsequios, Guénon dice: ’…hacíamos alusión anteriormente a los reyes magos del Evangelio, como unificando en ellos los dos poderes; ahora diremos que estos personajes misteriosos no representan en realidad otra cosa que a los tres jefes del Agarttha. El Mahanga ofrece a Cristo el oro y le saluda como rey; el Mahatma le ofrece el incienso y le saluda como sacerdote; y, por último, el Brahatma le ofrece la mirra (el bálsamo de incorruptibilidad, imagen del Amrita) y le saluda como profeta o maestro espiritual por excelencia. El homenaje así rendido al Cristo naciente, en los tres mundos que son sus dominios respectivos, por los representantes auténticos de la tradición primordial, es al mismo tiempo, observémoslo, el testimonio de la ortodoxia perfecta del cristianismo con respecto a ésta’.
LOS TRES REYES MAGOS Y LA EPIFANÍA
Para contextuar el papel de los magos en el nacimiento de Jesús y los motivos por los cuales los cristianos realizaron la metamorfosis de magos persas a reyes de las partes del mundo conocido en esos tiempos, es necesario analizar, aunque sea superficialmente, la celebración de la Epifanía.
La Epifanía, del griego (epifaneia), se traduce como: manifestación, revelación o aparición (de una manera milagrosa); y es una celebración de origen medio oriental. Esta manifestación era una celebración o fiesta de carácter solar, por lo que tenía que ver con el curso aparente del Sol por la Bóveda Celeste. Al respecto, los antiguos egipcios celebraban el solsticio de invierno alrededor del día que hoy equivale al 25 de diciembre; y doce o trece días después, en el día que ahora corresponde al 6 de enero, conmemoraban el aumento de la luz solar. Con base en esto, los cristianos primitivos de Egipto decidieron celebrar el 6 de enero el nacimiento de Jesús; y de acuerdo con algunos autores eclesiásticos, haciendo a un lado el origen solar del culto a Cristo, el motivo que orilló a estos cristianos a elegir tal día como el del nacimiento de Jesús, fue para evidenciar y demostrar que Jesucristo representaba una mayor Luz que la del Sol que se manifiesta en el solsticio invernal. Lo anterior es importante porque con este significado los cristianos de Egipto (los coptos) querían evidenciar la sustitución de los cultos a los dioses solares de las religiones antiguas por un nuevo culto personificado en la figura de Jesús, aunque también esta nueva deidad era solar y representativa del propio Sol, esto es, de Ra.
La Iglesia Cristiana, con la Epifanía, recuerda la manifestación de Jesús a los hombres (a la humanidad) mediante el relato de la visita de los magos de oriente, esto es, de los representantes de las fuentes de las religiones ’paganas’ que se someten y aceptan el nuevo culto. Posteriormente, para justificar más este sometimiento universal, los cristianos fueron transformando a estos magos en reyes, es decir, en representantes políticos de los pueblos (las razas) del mundo conocido en aquellos tiempos: Europa, Asia y África; por lo que se les despojó de las vestimentas que los delataban como poseedores de un conocimiento fundamental considerado pagano, principalmente el gorro frigio que los evidenciaba como conocedores y practicantes de la astrología (conocimiento y práctica prohibida ya por la Iglesia).
La Epifanía es, pues, para la Iglesia Católica, un mandato misional para manifestarle a la humanidad a Cristo por sobre todas las demás deidades y creencias religiosas; de tal forma que para esta Iglesia el no propagar la creencia en Jesucristo es traicionar su misión, independientemente de cómo sus dirigentes entiendan tal misión y el término religión.
Previendo los sacerdotes griegos el nacimiento de esta nueva religión: el cristianismo, ’…los vientos cesan y un navío se detiene a medio mar y una voz desde el cielo le ordena al comandante del barco que en cuanto llegue a las costas anuncie a todos: ¡El Gran Pan ha muerto! La voz repite el mensaje varias veces hasta que se desvanece en un lamento y un gemido de dolor que termina en un imponente silencio. Los vientos retornan y los marinos prosiguen su navegar y en cada puerto anuncian lo que la voz les había ordenado. La mala noticia se expande rápidamente por el mundo griego (el mundo griego en aquellos tiempos era todo el Mediterráneo, era el mundo conocido); así, los pastores abandonaron a sus rebaños, los labriegos dejaron de cultivar, las ninfas dejaron de jugar, la vegetación se marchitó y los animales dejaron de correr. La naturaleza se enlutó. Cuando el capitán del barco llegó a su tierra, repitió el anuncia, se dirigió a su casa y se entregó desolado al llanto. El Gran Pan había muerto’.
Más tarde, para hacer coincidir el nacimiento de Jesús con los fenómenos astronómicos relacionados con el movimiento del Sol a través de la Bóveda Celeste e igualarlo a los dioses uránico-solares de las religiones denominadas paganas, se decidió que el nacimiento de Jesucristo debía coincidir con el solsticio de invierno, el cual ocurre alrededor del 25 de diciembre, y que la Epifanía o su manifestación al mundo, esto es, cuando el incremento de la luz del Sol se hace más evidente, fuera hasta el día 6 de enero.
Luego, para eslabonar la tradición cristiana con la Ley Mosaica, a los 40 días del nacimiento de Jesús, se apersonaron en el templo José, María y el Niño para presentarlo y ofrecerlo al Señor, es decir, a Yahvé (Iahvé). Al mismo tiempo que para purificar a la madre. Ahí, un personaje llamado Simeón, sentenció que este niño era la Luz para la revelación de los gentiles y gloria del pueblo Israel (Lucas II: 32). Esta sentencia confirma la misión de Cristo. Misión que adopta la Iglesia para hacer llegar a todo el mundo y con todos sus medios el mensaje de Jesús.
Por lo anterior, en el siglo V de esta Era Común, y de acuerdo con las palabras de Simeón en cuanto a que Jesús era la Luz para revelación de los gentiles, se comenzaron a usar candelas (velas) para que en la conmemoración del día de la presentación de Jesús se subrayara que, él, era esa Luz para aquellos gentiles; de aquí que, a este día, el final de la cuarentena, se le conozca actualmente como el día dos de la Candelaria, esto es, de las velas (candelas) o de la purificación de María.
Ahora, de acuerdo con la historia y la Iglesia, en aquellos tiempos se consideraban gentiles a todos los pueblos que no fueran judíos; además de ser idólatras y paganos. Así que, había que borrar de la faz de la Tierra sus ideas, escritos e incluso a ellos mismos si no aceptaban la nueva religión.
Es, pues, la Epifanía, celebración aparentemente tan simple, limitada a partir una rosca entre los amigos o familiares y tratando de evitar que nos toque un muñequito de plástico para eludir el compromiso de comprar tamales y atole para el día dos de la Candelaria, una celebración religiosa altamente significativa en el cristianismo (hoy catolicismo). Esta fecha no es tampoco nada más comprar juguetes para los niños y decirles que van a venir por la noche tres reyes magos montados en un caballo, un camello (realmente un dromedario) y un elefante, a dejarles unos regalos. El significado de la Epifanía es una columna más que sustenta a la religión católica, como lo son los significados de la Navidad y de la Semana Santa.
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