LA CUENCA LECHERA DE TEXCOCO (7)


La Fiebre Aftosa en la Región de Texcoco



Salud
Mayo 31, 2021 18:09 hrs.
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Antonio Huerta Paniagua. › Divergencias Informativa

Una historia de una historia:

Volviendo a los ranchos y el escenario a su entorno, aquel dinamismo económico y prosperidad local nunca se vieron interrumpidos sino hasta la segunda mitad de la década de los ochenta y principios de los noventa del siglo pasado, cuando drásticamente por las políticas gubernamentales la situación se volvió insostenible. Solamente fue en la segunda mitad de los años cuarenta cuando hubo cierto grado de incertidumbre en la perdurabilidad de los ranchos a causa de una enfermedad exótica del ganado, la Fiebre Aftosa.

En mayo de 1946 se introdujeron al país 327 cabezas de ganado cebú procedentes de Brasil, y en octubre del mismo año se reportaron los primeros casos de animales enfermos de Fiebre Aftosa en México. Ante la gravedad de esa enfermedad y con la finalidad de que no avanzara hacia el norte (a los Estados Unidos), el 2 de abril de 1947 se estableció la ’Comisión México–Americana para la Erradicación de la Fiebre Aftosa’, acordándose una campaña de inspección, cuarentena y sacrificio de animales enfermos, pero en la práctica, con un solo animal que se detectara enfermo en un rebaño, se sacrificaba a todo el hato. La medida se conoció como el ’rifle sanitario’.

A principios de 1947, el gobierno federal ordenó que en cada municipio se nombrara un Comité Contra la Fiebre Aftosa, este comité en Texcoco estuvo a cargo del MVZ y Capitán Alfonso Larqué.

La epizootia se expandía hacia el centro del país, pero por fortuna en 1948 la Campaña se complementó con la aplicación de vacunas traídas desde Europa. Luego, en 1949, se estableció el Laboratorio de Palo Alto, en el Distrito Federal, y en 1950 se aplicaron 60 millones de dosis. Con estas medidas, para el año de 1955 la enfermedad fue erradicada de México. Pero lamentablemente, durante la primera etapa de esta campaña se llegaron a sacrificar hasta dos mil cabezas de ganado diverso diariamente, y el total de animales sacrificados fue de poco más de un millón. Esto implicó un desplome en la población de bovinos y de otras especies de ganado mayor, amén de la baja en la producción de carne y de leche, así como la restricción para su comercialización.

Por fortuna, en la Cuenca Lechera de Texcoco no se presentaron casos graves de Fiebre Aftosa, como en otras partes de la República que fueron cuarentenadas a sus ganado y productos pecuarios, por lo que la región texcocana se vio enormemente favorecida económicamente por la demanda de leche en la Ciudad de México y en la localidad, ya que, al no haber impedimentos sanitarios para la comercialización de la leche, los ganaderos de la cuenca pudieron mantener sus niveles de producción de leche y sus mercados; inclusive, incrementarlos.




La Venta de la Leche

El principal mercado de la leche producida en los grandes ranchos de la cuenca era la Ciudad de México, aunque también la vendían en algunas tiendas y a domicilio en la ciudad de Texcoco. La venta y reparto de leche la hacía cada rancho, y para ello tenían sus rutas y sus propios repartidores: camiones, camionetas, choferes vendedores y macheteros. Cada vendedor recorría una o varias rutas y se cubría casi toda la capital; y también repartían leche en la ciudad de Texcoco. Algunos ranchos tenían sus propias lecherías en la ciudad de México, por ejemplo, el Rancho El Tejocote tenía un depósito de leche en la Colonia Moctezuma de esa ciudad, y a ese lugar llegaban los vendedores locales (vendedores de la Ciudad de México) a comprar la leche y repartirla entre su clientela; por su parte, el Rancho El Rosario, tenía dos lecherías en el centro de la Ciudad de México, una en la Calle de Argentina y la otra en la Calle de Haití; y Silverio Pérez, dueño de la Granja Silvita, también llegó a tener una lechería en la Ciudad de México.

El sistema de venta y reparto de leche con vehículos propios del rancho y con choferes como empleados del mismo era costoso, además, ocasionalmente algunos choferes vendedores regresaban a los ranchos con la leche argumentando que no se las habían comprado, lo cual implicaba para el ganadero el riesgo de que ese producto se les echara a perder, por lo que tenían que venderla rápidamente en otros sitios y a menor precio, como en las cremerías o en las lecherías que acaparaban el producto.

Para evitar esos problemas, con el tiempo, a los mejores choferes vendedores (a los más buenos), los rancheros les vendieron, a buen precio y con facilidades, los camiones y camionetas repartidoras para que ellos se convirtieran en distribuidores independientes repartiendo en las mismas rutas que normalmente recorrían. Esa estrategia dio muy buen resultado; ya que así, el ahora chofer vendedor le compraba directamente la leche al rancho y dejó de existir el riesgo de que la regresara por una supuesta negativa de compra por parte de los clientes.

Había además unos choferes vendedores muy bribones –a decir de los viejos ganaderos– que tenían la costumbre de violar las tapas de las botellas de leche después de que éstas salían de la pasteurizadora y embotelladora del rancho.

Y es que las botellas de leche en esos años eran de vidrio, con capacidad de un litro y se tapaban con una especie de ’corcholatas’ como las de las bebidas gaseosas embotelladas (refrescos o cervezas), pero de un aluminio maleable, de tal suerte que se podían manipular y quitarlas con facilidad. Esos malos vendedores –cuenta Don Manuel Morán Fong, antiguo ganadero– le sacaban un poco de leche a las botellas y las rellenaban con agua (las bautizaban, pues) y luego le colocaban la tapita de aluminio a la botella, y auxiliándose con un alambrito cerraban dichas botellas apretando la tapita como ahorcándola para simular que venían directas de la pasteurizadora y embotelladora. Los ganaderos se dieron cuenta de esta trampa que afectaba su prestigio y entonces, para evitarlo, se le empezó a colocar a las botellas primero una tapita de cartón encerado a la que iba engrapada la tapita de aluminio; y así, si la querían violar, se rompía la tapa de aluminio y entonces el ama de casa rechazaba el producto. Relatan los rancheros que los vendedores eran muy mañosos e ingeniosos para bautizar la leche a fin de incrementar sus ganancias.

En aquellos años no todos los ranchos de la cuenca lechera tenían planta pasteurizadora y embotelladora, así que muchos ganaderos vendían la leche ’bronca’ localmente a domicilio o a una planta pasteurizadores que acopiaba la leche de la región. Los ranchos que en esos años tenían instalaciones para pasteurizar la leche eran El Rosario y Anexos, San José, El Progreso, El Tejocote, Santa Mónica, Santa Rosa, la Vía Láctea, la Ganadera Tolimpa y otros pocos más.

Por otra parte, relata también Don Manuel Morán que:

’…durante los periodos de vacaciones y en Semana Santa, bajaban drásticamente las ventas de la leche, entonces la parte que no vendíamos en esos periodos la teníamos que colocar en las cremerías de Texcoco, con los acaparadores de una lechería que estaba rumbo a Tocuila, o incluso la vendíamos fuera de la zona. Llagaban las pipas vacías de Chalco, de la Cremería Los Volcanes y de la Cremería Chalco, y nos compraban la leche.’

La lechería a la que hace referencia Don Manuel, y que se localizaba en Texcoco, era una planta pasteurizadora de leche que estaba ubicada en el entonces camino a la comunidad de Tocuila; actualmente sus restos están dentro de la ciudad de Texcoco, en el Barrio de Las Salinas, muy cerca del entronque de las calles Prolongación Cristóbal Colón y Miguel Negrete.

Esa lechería era propiedad del Señor Santiago Escudero, quien normalmente le compraba leche a algunos ranchos medianos y a numerosos productores pequeños tanto de la ciudad de Texcoco como de las comunidades aledañas a esta ciudad; pero también les llegaba a comprar los remanentes de leche a los ranchos grandes de la cuenca. Esa empresa tenía muy buenos ingenieros químicos, y toda la leche que compraban la concentraban (la revolvían), le regulaban el pH para bajarle la acidez, la homogeneizaban y la pasteurizaban; luego la vendía en sus propios sitios de venta en la Ciudad de México. Para los grandes ganaderos de la Cuenca Lechera de Texcoco, que producían leche pasteurizaba preferente, de muy buena calidad, la leche que esa empresa vendía era una ’leche de batalla’.

Esa lechería ha cerrado ya sus puertas, al parecer por un tiempo ahí se instaló una fábrica de conos (barquillos) para helados. Actualmente la propiedad está abandonada y en venta.

Los productores locales medianos y pequeños de leche la rancheaban directamente, la vendían en sus propios domicilios a consumidores directos o a revendedores, o también la entregaban en las lecherías de Cinco Caminos que estaban localizadas en la actual confluencia de las calles Colón, Prolongación Colón y Josefa Ortiz de Domínguez (que se continúa con Hermenegildo Galeana), perteneciente una al Señor Roque Alonso y otra al Señor Ángel Junco.


Continuará parte 8

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