Imágenes (gráficas) históricas de la piedra colosal en su entorno original, situado en Coatlinchán Texcoco Estado de México. El Monolito de Tláloc, también conocido como la piedra de los Tecomates, se alzaba ahí como un centinela milenario, oculto entre los árboles, testigo de lluvias, sequías y generaciones que pasaban sin comprender del todo su grandeza.
Gráficas que detallan lugar encontrado con más de 160 toneladas de peso y tallado en un solo bloque de basalto, este gigante no solo es una de las esculturas más imponentes del mundo prehispánico: es una voz tallada en piedra, una oración de los antiguos al señor de las lluvias.
En 1964, la decisión de trasladarlo al Museo Nacional de Antropología fue todo un acontecimiento nacional. Los pobladores de Coatlinchán se resistieron, lloraron su partida, y aún hoy recuerdan ese día como si hubieran arrancado un pedazo de su alma.
El viaje fue lento, complejo y simbólico. Las lluvias acompañaron su ruta hasta llegar al corazón de la Ciudad de México… como si Tláloc estuviera dando su bendición, o tal vez, mostrando su poder.
Porque Tláloc no solo representa un dios. Representa la relación sagrada entre el ser humano y la naturaleza, entre el maíz y la lluvia, entre el clamor del pueblo y los ciclos del universo.-.
Previamente, ahí en el Parque Nacional se encuentra una pequeña Iglesia donde los dueños escuchaban misa; este fin de semana aprovechado por los comerciantes que tienen como patrono a San Joaquín y a Santa Ana, madre de la Virgen María, motivo que coincidió que el sacerdote Antelmo Barrios Palma celebrara una homilía como acción de gracias.
El evento coordinado por el administrador y mayordomos, Marco Antonio Rivera y Carolina Miranda Rivera, atestiguando como invitados la directora de Turismo y dos regidores del gobierno de Texcoco.