Ya pasaron poco más de tres semanas del inicio escándalo sobre la controversial pintura sobre Emiliano Zapata, pintado de manera no afeminada, sino como un homosexual, montado en un caballo blanco a punto de saltar y con el falo erecto; y a Zapara desnudo, con zapatos de un tacón que remata en un cañón de revolver, un sombrero de charro de color rosa y un listón tricolor que lo rodea.
Y dicha pintura, como la gran mayoría lo sabe, la pintó Fabián Chaires y fue usada por la Secretaría de Cultura para promover la Exposición ’Emiliano. Zapata Después de Zapata’, en el Palacio de Bellas Artes.
A estas alturas, después de dos semanas, parece ser que ya los ánimos están un poco más amainados y es oportuno hacer unos comentarios más objetivos y más allá de los viscerales de índole homofóbico, homosexual, feminista y los descalificativos; así como de la polarización de la sociedad (que a propósito el Gobierno Federal se ha prestado para promover: fifís versus chairos, ricos contra pobres, descerebrados y pensantes, cultos e ignorantes y demás); y claro, también más allá de lo que pudiera considerarse o no como arte.
Primero: El General Emiliano Zapata y el Zapatismo son, indiscutiblemente, símbolos de identidad nacional; y tan es así que incluso este 2019 ha sido declarado el año de Zapata; y en la documentación oficial tanto federal como estatal (del Estado de México), aparecen las leyendas: ’2019, Año del Caudillo del Sur, Emiliano Zapata’ y ’2019, Año del Centésimo Aniversario Luctuoso de Emiliano Zapata Salazar, el Caudillo del Sur’, respectivamente. Por otra parte, escuelas, teatros, plazas públicas y jardines, calles y avenidas, colonias, asociaciones civiles, ONG’s y hasta organizaciones ’guerrilleras’ adoptan ya sea el nombre del personaje o el de la corriente ideológica. Hay estatuas de él por todas partes, por ejemplo, hay una estatua ecuestre al inicio (o final) del Paseo Tollocan o un busto en el Jardín Municipal de Texcoco.
La figura y nombre del Caudillo del Sur identifica a sus seguidores, a los colonos de un barrio o colonia, a los agremiados de alguna asociación, al estudiantado de una escuela, en fin. El personaje encabezó a una de las cuatro principales corrientes ideológicas en la Revolución Mexicana.
Efectivamente, poco después de derrocado Victoriano Huerta se definieron cuatro fuerzas militares, que a su vez representaban a cuatro corrientes ideológico–económicas: 1). El Zapatismo: Movimiento muy sólido ideológicamente, cuyos integrantes, los campesinos, resistía los métodos de explotación del capitalismo, y exigían una revolución social para conservar sus ancestrales estilos de vida y de trabajo basados en la tenencia de la tierra; 2). El Villismo: Identificado también con la tierra, pero orientado a la mejora de las condiciones generales de vida de los campesinos (tecnificación, educación y cultura principalmente) y de los pobres en su conjunto; 3). El Obregonismo: Identificado con la clase media y la burguesía, con ciertas ideas sociales pero tendiente a un capitalismo moderado, con la clara intención de empoderarse y ya con ciertas diferencias con el Carrancismo; y 4). El Carrancismo: Conservador de un sistema económico liberal burgués, apoyado por una parte del ejército y la antigua burocracia porfiriana; que, al verse presionado por las demandas de las tres primeras corrientes ideológicas, se vio obligado a realizar ciertas reformas sociales, pero sin tener la entera convicción de llevarlas a cabo.
En ese escenario, Carranza, ante la imposibilidad eventual de derrotar militarmente a los villistas y a los zapatistas, convocó a una convención en la ciudad de México, pero Villa no acepta y presiona para que se realice en un lugar neutral, y se elige a la ciudad de Aguascalientes. Se interrumpe entonces esa Convención y se reanuda el 10 de octubre de 1914 en esta última ciudad. A dicha convención se le conocería en la historia como la Convención de Aguascalientes.
En esa Convención, con la oratoria de Díaz Soto y Gama se imponen los principios zapatistas plasmados en el Plan de Ayala. Además, los villistas y los zapatistas, aliados con una parte de los obregonistas, deciden la renuncia de Venustiano Carranza y nombran presidente provisional de México al General Eulalio Gutiérrez Ortiz, de extracción villista; pero Carranza no acepta esa decisión y parte rumbo al Puerto de Veracruz, en donde establece su gobierno.
Los carrancistas y los obregonistas evacuan la ciudad de México y el 24 de septiembre de 1914 entran las fuerzas villistas y zapatistas a la Capital del País. Y es en ese momento que se patentizan las debilidades de estas dos corrientes revolucionarias. Tanto las demandas del zapatismo como las del Villismo estaban circunscritas, principalmente, a un solo sector de las clases socioeconómicas más bajas del país: los campesinos; además, las peticiones eran muy puntuales: tierra principalmente.
Ese aislamiento sociopolítico y económico, y en consecuencia ideológico, fue la raíz de las debilidades y fracaso tanto del villismo, pero más del zapatismo. De ese aislamiento surge la imposibilidad de identificarse y de recoger las demandas de otras clases sociales explotadas y reprimidas del País, como los obreros, los desempleados e incluso la burocracia. Ni villistas ni zapatistas pudieron identificar las necesidades y pretensiones de ellos para formular un proyecto de nación que abarcara al conjunto de la realidad nacional. Y los que contaban con ese proyecto incluyente, los magonistas, estaban dispersos e inmersos ya en algunas de las cuatro corrientes descritas, o andaban a salto de mata, o estaban en las cárceles de los Estados Unidos.
Y en lo militar, a pesar de las recomendaciones estratégicas del general Felipe Ángeles y de las ideológicas de sus asesores, Villa y Zapata simple y llanamente abandonan la capital. Villa regresa al Norte y Zapata al Sur. Esto salvó eventualmente al Carrancismo y definitivamente al Obregonismo.
Siendo así, con una mayor visión política y más incluyente, políticamente hablando, Álvaro Obregón, con la ayuda de Alberto J. Pani y de Gerardo Murillo (el Dr. Atl), reabierta la Casa del Obrero Mundial, logran que los obreros abjuren de su doctrina anarcosindicalista y pacten, el 17 de febrero de 1915, con el constitucionalismo para combatir a los convencionistas (a la supuesta ’reacción’ formada por villistas y zapatistas). Con los obreros, se formaron los batallones rojos y se creó para el Carrancismo una especie de ’halo’ de legitimidad, ya que, de acuerdo con la ideología socialista imperante, serían los obreros y los proletarios en general, los herederos del futuro.
En las dos batallas de Celaya, del 6 de abril y del 15 de abril de 1915, respectivamente, y cuyos primeros enfrentamientos iniciaron en el mes de marzo, fue derrotada la División del Norte y prácticamente el Villismo inició su caída. Francisco Villa, desoyendo nuevamente al General Felipe Ángeles, eligió las planicies de El Bajío para el encuentro y finca su estrategia en el asalto de su caballería. El General Álvaro Obregón, con el valioso apoyo de los batallones rojos y la adopción de las nuevas tácticas de guerra de trincheras y el uso de ametralladores tácticamente ubicadas desarrolladas en la 1ª Guerra Mundial, derrota a Villa fácilmente. Ya sólo faltaba acabar con el Zapatismo.
Posteriormente, para legalizar su poder, Carranza convocó a un Congreso Constituyente, a un período único de sesiones, para promulgar una nueva constitución política. Este congreso se llevó a cabo del mes de noviembre de 1916 al 30 de enero de 1917, en el Teatro Iturbide de la ciudad de Querétaro (a partir de 1922 Teatro de la República). El proyecto de Carranza estaba basado en la Constitución de 1857 y recogía de alguna manera el espíritu liberal con añadiduras mínimas; fortalecía y centralizaba el poder presidencial y disminuía el poder del Legislativo; pretendía conservar el latifundio, expresaba cierta insensibilidad a las demandas del pueblo y manifestaba el deseo de no comprometer al gobierno con las peticiones populares (las de tierra principalmente); además, proyectaba desarmar a las masas y restaurar la paz social lo más pronto posible. Parecía que los años de revolución no habían aportado nada.
Todo parecía fácil para el Carrancismo, pero la intervención en el Congreso de los diputados que se integraron a las diferentes fuerzas revolucionarias, le dieron un giro inesperado para Carranza; y finalmente, la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, promulgada el 5 de febrero de 1917, recogió gran parte de las demandas planteadas en el Programa del PLM de los hermanos Flores Magón; así como la esencia del Plan de Ayala del Zapatismo, incluso con leyes agrarias más radicales que las demandadas por el propio Zapata originalmente en dicho plan.
Pero a pesar de la tónica incluyente de la Constitución de 1917, los enfrentamientos entre las tropas carrancistas y zapatistas continuaron en el estado de Morelos, por lo que se ideó un plan para asesinar a Zapata, lo cual ocurrió el 10 de abril de 1919.
Bien, al concluir la Revolución Mexicana, como haya sido, empezó el Gobierno Federal a construir una identidad nacional, que mucha falta hacía (y ahora también); entonces empezaron a aparecer los buenos y los malos de la historia, las víctimas y los victimarios, los asesinos y los asesinados, los mártires y los martirizadores, en fin. Y a Zapata se le colocó del lado de las víctimas, de los asesinados, de los buenos, de los oprimidos, de los pobres campesinos, etcétera.
Y en este tenor, Zapata, se convirtió en un símbolo nacional que además del lugar que la historia oficial le dio con todo y sus homenajes y festejos, ha sido adoptado por grupos sociales que son o se sientes reprimidos, principalmente: por campesinos pobres, por pobladores de colonias y barrios marginados, por sindicatos de obreros, por cualquier gremio o comunidad en situación de cierta ilegalidad o irregularidad (moto–taxistas, taxistas piratas, tianguistas, ambulantes, invasores de predios). También ha sido adoptado como símbolo por integrantes de sectores de choque de ciertos partidos políticos con tintes de izquierda y hasta supuestos guerrilleros; y desde luego que también es símbolo y bandera de numerosas comunidades estudiantiles.
Zapata es, pues, un símbolo nacional oficial y social. Y su tratamiento, ya sea por parte de los gobiernos y la sociedad en general debería de ser de respeto por la amplia población que se identifica con él o a él con ellos. Denostarlo o denigrarlo es atentar contra un símbolo patrio. Y lo pondré de la siguiente manera para que se dimensione. Mucha atención: Es bien sabido que el actual Gobierno Federal encabezado por AMLO, tiene en alta estima al Lic. Benito Pablo Juárez García, el Benemérito de la Américas. Es su ejemplo incluso, y es por supuesto otro símbolo patrio más. Imagínenselo en una pintura en la que sea representado como la ’India María’ (una María cualesquiera), que bien le vendría el fenotipo: Sus trenzas, sus listones, la canasta con algunas tunas y tejocotes, guaraches, falda de colores, reboso y esquivando autos en alguna avenida de la gran Ciudad de México. O bueno, para mayor exageración: imagínense a Juárez pintado desnudo en alguna glorieta de Reforma o Insurgentes como las mujeres no muy delgadas, más bien ’gorditas’, que luego se observan cruzándose al momento del semáforo en rojo. ¡Eh! Qué tal.
Y es curioso que tanto el Gobierno Federal como el de la Ciudad de México, en términos generales, se hayan ya manifestado de alguna manera a favor de la pintura que tanta controversia ha causado, así como a favor del ocurrente pintor que la produjo. Y es que es claro que están entre la espada y la pared; ya que por un lado defienden esas sodomías y por otro no les queda más que aceptar que, efectivamente, Zapata es un símbolo nacional que merece respetarse, así como a sus seguidores. Y bueno es evidente que el gobierno encabezado por AMLO y el encabezado por Sheinbaum han preferido no conflictuarse con la comunidad gay.