Chile viene de un nombre que le dió el Imperio Inca, que significa el fin porque hasta la tierra de lo que hoy es la provincia de Antofagasta, en el norte del país, llegaba el final del dominio del imperio Precolombino.
Era una tierra indomable, para los poderosos Incas era el final del imperio, era Chile. Al final de nuestro territorio se encontraban los Araucanos, un pueblo guerrero originario de Chile, que hablan hasta hoy su lengua llamada mapuche, que significa mapu Tierra che hombre, o sea hombre de la Tierra, los cuales durante la invasión española pelearon 300 años. El jefe invasor español se llamó Pedro de Valdivia.
Esa mañana del final del invierno al sur del continente, en Santiago de Chile, un martes 11 de septiembre del año 1973, como todas las mañanas junto a mi esposa y mi hijo de 2 meses de nacido, sintonizaba Radio Magallanes la voz de la patria que anunciaba que estaba iniciando en Valparaíso, el puerto principal, el golpe militar fraguado en las oficinas de la CIA y del Pentágono, norteamericano y materializado, en la mente de los comandantes en jefe del ejército, marina, aviación y carabineros, que es la policía.
Terminé mi pobre desayuno y salí a la avenida donde esperaba la micro que me llevaba a la Universidad Técnica del Estado, la U.T.E. donde trabajaba como productor artístico junto a otros compañeros y compañeras, con grupos musicales y solistas, lo que era la Dirección artística y de comunicaciones de la Universidad. Al entrar al campus universitario ya se respiraba un ambiente de nerviosismo y zozobra. Habían derribado la antena de la radio universitaria y en la calle un voceador gritaba el siglo, el siglo, periódico del partido comunista, que a 8 columnas decía a ’parar el golpe fascista’.
Ya como a las 8:30 de la mañana, nos juntamos varios compañeros y compañeras al interior de las oficinas a comentar lo que estaba ocurriendo en el país los generales traidores a la patria habían iniciado su ofensiva artera y criminal y frente a la Moneda Palacio Presidencial, monumento histórico nacional, se apostaban tanques artillados y también en las azoteas de los edificios contiguos. Por las radioemisoras adeptas a los golpistas anunciaban a través de sus voceros que el Presidente elegido democráticamente por el pueblo se rindiera; a la vez las dos únicas radios emisoras que defendían al pueblo salía al aire, la voz del compañero Presidente anunciando que él no iba a renunciar y la única forma de salir del palacio era muerto.
Le ofrecieron un avión para él y su familia, pero él rechazó este ofrecimiento. Aproximadamente a las 11:00 de la mañana comenzaron a surcar en el cielo varios aviones caza, los cuales comenzaron a bombardear en varias ocasiones el palacio.
El compañero Allende, con solo 40 hombres, defendió la democracia, a sangre y fuego. Una vez terminado el bombardeo con el Palacio en llamas, entraron oficiales y tropas fascistas y al llegar a la oficina presidencial asesinaron al compañero presidente Salvador Allende.
Mientras, en la Universidad Técnica del Estado entraron tropas fascistas donde fusilaron a varios compañeros. De ahí nos trasladaron al estadio Chile, ya que las cárceles estaban ocupadas y utilizaron estadios como campos de concentración, donde torturaron y asesinaron a cientos de compañeros. No es mi intención detallar en esta ocasión los casos, solo decir que, en estos campos de concentración, estadio Chile, estadio nacional y velódromo sufrieron torturas y fusilaron a cientos de compañeros.
Posteriormente me asilé en la Embajada de México, encabezada por el embajador, el ingeniero Gonzalo Martínez Corbalá quien se jugó su vida para defender a muchos compatriotas. Debo señalar que México rompió relaciones diplomáticas con la dictadura fascista encabezada por el criminal Augusto Pinochet Ugarte.
Cuando llego a México sin mi familia, el Gobierno federal nos instala en una unidad habitacional en la actual alcaldía de Iztapalapa, y es ahí donde comienzan las diferentes aventuras de alrededor de 20 familias hasta llegar a Chapingo, Escuela Nacional de Agricultura hoy, Universidad Autónoma Chapingo y a la ciudad de Texcoco.
Debo señalar que aquí jugó un papel primordial la figura de un gran hombre mexicano solidario, investigador, amable, y su señora esposa, me refiero con gran afecto al doctor Fidel Márquez Sánchez y su esposa, la señora Elvira Ortiz.
El doctor Márquez, durante el Gobierno popular del compañero Salvador Allende, aproximadamente en el año 1972 viajó a Santiago de Chile, donde pudo comprobar que el pueblo era Gobierno.
Una vez que estalló el golpe fascista no dudó junto a varios profesores y estudiantes de la antigua ENA a organizar un pequeño comité de Solidaridad con nuestra gente. Pasa el tiempo y a través de comentarios entre los exiliados en Iztapalapa se comienza a saber que la Escuela Nacional de Agricultura existía este gran ser humano. Para nosotros aquí no podría detallar fechas y años preciso de cómo fuimos llegando a Chapingo en busca de un trabajo que nos permitiera vivir solo, o con nuestra familia, sería muy extenso explicar cómo cada uno de nosotros llegó a Chapingo y por lo tanto a Texcoco.
Esta crónica fue gracias a un trabajo de investigación con datos de algunos compañeros y compañeras por más de 3 meses y 2 hijos del doctor Márquez.
Señalo que el doctor Fidel Márquez bautizó a su hijo menor con el nombre de Allende Sendic, siendo un compañero exiliado su padrino de confirmación. Destacó que en su gran mayoría nuestros hijos estudiaron en planteles educativos como el jardín de niños setki, la Esfir, el centro escolar Nezahualcóyotl número 130, la EPT, el CUEMS y muchos más.
Hoy a 50 años debo dar gracias a la vida, que me dió tanto valor al poder salir libre de los campos de concentración, donde estuve detenido y torturado por bestias inhumanas, de poder haberme exiliado en la embajada de México en Chile y de llegar a este hermoso país que nos abrió las puertas para continuar nuestro camino y qué decir, gracias Texcoco, por tanto que nos has brindado. Termino diciendo, ni perdón ni olvido, soy chileno de nacimiento y texcocano de corazón. Muchas, muchas gracias: Fernando Javier Rodríguez Valdés