Durante la Misa en este IV Domingo de Pascua en la Basílica de Guadalupe, el Arzobispo Primado de México, Carlos Aguiar Retes, reflexionó sobre la importancia de que cada persona descubra su vocación como pastores, como acompañantes en el camino de los demás.
En el domingo en que meditamos sobre Jesucristo, el Buen Pastor, el Arzobispo Primado de México preguntó, ’¿Quién es mi pastor en la vida diaria?’.
’El ejercicio de Buen Pastor inicia en la familia; papá y mamá son los primeros pastores que acompañan a sus hijos en el camino de la vida, y a falta de ellos, los sustituyen los hermanos mayores u otros familiares cercanos.
Luego viene los maestros, los profesionales desde sus propias competencias, los empresarios para acompañar a sus empleados, los líderes sociales y políticos para promover el bien común’.
Por ello es muy importante descubrir nuestra vocación común a ser buenos pastores, a guiar también a nuestros hermanos, ’todos necesitamos a alguien que nos guíe, y luego, aprender para dar la mano a quien lo necesite’.
El Arzobispo Primado de México recordó que la ’misión de Jesús es ofrecer vida y vida en abundancia’ y para ello Jesús utilizó el ejemplo del Buen Pastor que sabe cuidar a sus ovejas. ’Y, ¿quién es un buen pastor? El que conoce a cada una por su nombre, con sus cualidades y características’, explicó.
Y Jesús cuida a sus ovejas durante el día –los buenos momentos- y las resguarda durante las noches –ocasiones en que hay diversos problemas-.
Abrazar la vocación: Este domingo 3 de mayo es la 57 Jornada Mundial por las Vocaciones, en la que los creyentes están llamados a orar por el surgimiento cada vez mayor de vocaciones a la vida presbiteral o consagrada.
En este día, el Arzobispo hizo énfasis en la necesidad que cada persona tiene de abrazar su vocación, para ello citó el mensaje del Papa Francisco con motivo de esta 57 Jornada.
Lo que a menudo nos impide caminar, crecer, escoger el camino que el Señor nos señala son los fantasmas que se agitan en nuestro corazón. Cuando estamos llamados a dejar nuestra orilla segura y abrazar un estado de vida —como el matrimonio, el orden sacerdotal, la vida consagrada—, la primera reacción la representa frecuentemente el ’fantasma de la incredulidad’: No es posible que esta vocación sea para mí; ¿será realmente el camino acertado? ¿El Señor me pide esto justo a mí?