La muerte en el pensamiento occidental


Referente al mundo europeizado y ahora también al estadounidense y el de Canadá.



Cultura
Octubre 29, 2023 23:45 hrs.
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Roberto Antonio Huerta Paniagua › Divergencias Informativa

PREÁMBULO

Este artículo versa sobre las ideas de la muerte en el mundo occidentalizado, entendido éste como esa parte del planeta en oposición al mundo medio oriental y lejano oriental. Me refiero al mundo europeizado y ahora también al estadounidense y el de Canadá. Y desde luego que quedan fuera de ese mundo occidentalizado, de forma muy aparte, las concepciones de la muerte acarreadas desde el mundo prehispánico aquí en México. Y es que de manera fallida los mexicanistas, por así llamarlos, en estas fechas alrededor del día dos de noviembre (incluido ese día) celebran la muerte tratando de desvincularla de todo rastro occidental, del Halloween pues. Sin embargo, ahí están los niños pidiendo su calaverita, ahí están las fiestas y concurso de disfraces donde abundan las brujas, hombres lobo, duendes y demás personajes inculcados por el cine, la televisión, la publicidad, los paisanos que regresan del país del norte, etcétera.

Paralelamente, En las ofrendas, además del pulque, se haya el ron, el wiski, la cerveza; y en la comida, el mole con pollo, gallinácea traída de Europa; el arroz, del Lejano Oriente; en fin, no ampliaré.

Además de lo anterior y materialmente a la vista, hay mucho escrito al respecto, así que, si sobre esto escribo, sería repetitivo y por demás. Por ello, presento esta visión sobre la muerte a fin de complementar el panorama que, como pueblo mexicano, grandemente mestizado, nos hace tener una muy peculiar cosmovisión.

PRINCIPIO Y FIN

Todo lo que tiene un principio lleva implícito su final. Todo lo que nace a esta parte de la realidad, llamada vida, termina en la otra parte de la misma realidad a la que llamamos muerte. Entre estos extremos: el nacimiento y la muerte, se vive la azarosa vida de la mejor manera posible y casi siempre resignándose a un supuesto sino; y es tanto así que hasta un dicho popular lo deja ver de esta manera: Unos nacen con estrella y otros estrellados.

Pero centrándonos en el cercano extremo final, sin prestarle tanta atención al inicio ni al arriesgado espacio intermedio, podemos afirmar que existen numerosas disertaciones acerca de ese extremo: la muerte tal cual o, incluso, relacionándola con algo en lo particular. Tantas son las especulaciones sobre la muerte que se llenaría una biblioteca tan sólo con documentos sobre ella en sí o entre tal y su relación con algo del efímero lapso intermedio. Y realmente, de forma concreta, empírica y vivencial, ¿qué sabe el hombre occidentalizado sobre la muerte?... Al parecer, ¡nada!... Todo alrededor de la muerte como tal o su relación con algo son ideas producidas desde la seria especulación hasta los supuestos producidos por los devaneos. Son creencias, son doctrinas religiosas o son corrientes filosóficas; y estrictamente, en nuestra inmediata experiencia sólo es ausencia… ausencia de vida.

No obstante, a esta tajante y factual afirmación, la muerte como tema aparte se aborda filosóficamente desde muy diversos puntos de vista, incluso el iniciático (el esotérico). Pero todos esos puntos de vista se pueden agrupar en dos vertientes generalizadoras de pensamiento: 1). La muerte como un fenómeno que tiene lugar, ineludiblemente, en el orden de las cosas naturales; y 2). La muerte en su relación específica con la existencia humana.

LA MUERTE COMO FENÓMENO EN EL ORDEN DE LAS COSAS

Como un fenómeno en el orden de las cosas naturales, la muerte es sencillamente: deceso. Y fuera de las implicaciones emocionales, morales, psicológicas, sociopolíticas y económicas del ahora difunto y sus deudos, la muerte es un hecho natural como tantos más (como el nacimiento, el crecimiento, la reproducción, el sueño, el comer, el dormir y otros) sin un significado específico para el hombre. El evento tal cual, puede provocar un desequilibrio en el pequeño círculo social al que pertenecía el finado. Eventualmente, ese grupo social tendría que buscar las formas para reajustarse a la nueva condición (a la ausencia del ahora difunto) y buscar una nueva forma de equilibrio psicosocial, cultural y económico, cosas que no siempre se logran.

Finalmente, como sea y resulte, el difunto, si fue un humano común y corriente –por usar una expresión coloquial sin ánimo de ofender– en la gran mayoría de los casos será totalmente olvidado por toda la humanidad en un lapso de tiempo que oscila cuando más entre los 20 y los 25 años, cuando a su vez fallezcan sus familiares y amigos con los que convivió en vida.

Paralelamente a esos desajustes en aquel pequeño grupo social, está el punto de vista de la ciencia médica, el cual estrictamente se concreta a afirmar que la muerte es la extinción o el término de la vida.

La vida, naturalmente hablando, es una serie de características de lo que la ciencia considera que un organismo, ente o ser, debe manifestar para considerarlo como vivo: de alguna forma respira, produce calor, come y produce desechos, eyacular u ovular (para el caso de los organismos con reproducción sexual), etcétera; en otras palabras, tiene metabolismo. Para las ciencias factuales, la muerte es estrictamente el cese de todo eso y nada más.

En el ambiente médico se habla de la muerte clínica, de la muerte cerebral, de la muerte repentina, de la muerte natural, de la muerte… Y a fin de cuentas no son más que conceptos que dan a entender el cese de algo, ya sea de las funciones del cerebro, de las funciones de…, o de todas las funciones del organismo en general. Y cada vez que se menciona a la muerte en ese medio, se entiende a tal fenómeno como: deceso.

E igual que en las sociedades humanas, dentro de la economía general de la naturaleza, esto es, en los ecosistemas, la muerte es una condición frecuente, natural y necesaria, que permite el funcionamiento de los ciclos biogeoquímicos y energéticos. De esta forma, las relaciones entre los organismos (las simbiosis) son relaciones de muerte principalmente: depredación, parasitismo, hiperparasitismo, adelfoparasitismo, consumidores, niveles tróficos, cadenas alimenticias, descomponedores y demás. Al parecer todo es comer o ser comido; es decir, matar o ser matado, vivir o morir.

Ahora bien, fuera de las cosas sociales, médicas y ecológicas, pero aun dentro de esta vertiente de pensamiento (la muerte como fenómeno en el orden de las cosas), frente a la muerte así concebida, la más cercana postura filosófica puede ser afirmada de una forma tan breve y pragmática como La Bruyere (1645 a 1696) la planteó cuando dijo que: Para el hombre sólo hay tres acontecimientos: nacer, vivir y morir. No sabe cuándo nace, padece cuando muere, y olvida cómo debe vivir.

Por otra parte, pero aun todavía dentro de esta misma vertiente, algunos filósofos consideran que la muerte es algo que no concierne a la vida, o sea, a la existencia humana. Desde esta postura, Epicuro (341 a 270 a. de C.), nos los hizo saber así: Cuando existimos, la muerte no existe y cuando está la muerte, no existimos. Siglos después, Wittgenstein (1889 a 1951), puntualizaba con toda claridad que: La muerte no es un evento de la vida, ya que no se vive la muerte. En otras palabras, la muerte no concierne propiamente a la existencia humana, está fuera de ésta o viene de fuera de la existencia y nos transforma en exterioridad.

Sobre lo mismo, de forma por demás lacónica, Napoleón Bonaparte (1769 a 1821) sostenía que: Cuando estamos muertos, estamos muertos.

Paralelamente, dentro de esta misma corriente de ideas, la muerte es entendida como una amenaza que afecta a la existencia en lo particular. Y al respecto, otra vez Epicuro, al mismo tiempo que nos señala ese temor evidente a la muerte, nos anuncia que, ésta, no es tal amenaza, diciendo que: La muerte, temida como el más horrible de los males, no es en realidad nada, pues mientras nosotros somos, la muerte no es, y cuando ésta llega, nosotros no somos. Y por su parte, Schopenhauer (1788 a 1860), siglos después, también nos volvía a recordar ese temor con la siguiente frase: El amor a la vida no es en el fondo sino el temor a la muerte.

Bien, con o sin miedo, es dentro de este esquema de ideas que se enmarca el concepto de la muerte en el materialismo. Para el materialismo, venimos de la nada y volvemos a la nada cuando esta vida termina. No hay vida después de esta vida, cuando morimos simple y sencillamente se acaba la vida; y antes de ser concebidos (biológicamente hablando), no éramos, no existíamos.

En esta vertiente de pensamiento, es importante mencionar que la muerte puede ser considerada, filosóficamente hablando, como el gran igualador de las cosas y de las diferencias sociales. De esta forma, el hombre más grande, al morir, deja de tener esos atributos que lo caracterizaban como hombre vivo, que son exactamente los mismos atributos que animan, por ejemplo, a un gusano. Cuando ambos seres mueren, sendos dejan de tener esos atributos y de forma igual mueren. Marco Aurelio (121 a 180 d. de C.) ya hablaba en este sentido de la igualdad de los hombres frente a la muerte cuando decía: Alejandro de Macedonia y su caballerizo, muertos, se reducen a la misma situación: reabsorbidos ambos en las regiones seminales del mundo o dispersados ambos entre los átomos. Y de forma paralela y más familiar lo leemos en la Biblia: Polvo eres, y al polvo volverás (Génesis III: 19). Esto es aplicable a todo ser vivo, aunque la Biblia se haya escrito, supuesta y exclusivamente, para los humanos, es aplicable este versículo a los animales y los vegetales. Todo, absolutamente todo, llegará en algún momento a convertirse en polvo.

Si la muerte iguala a todo lo vivo al reducirlo a la condición de muerto, todo lo vivo entonces al morir será igual: será un muerto. Pero atención, esta postura sobre la muerte como supuesta igualadora de las cosas y de la existencia, hay que tenerla en cuenta para contrastarla con una postura que poco más adelante se expondrá y la contravendrá.

Ya para finalizar dentro de esta vertiente de pensamiento, vale de forma breve y lo más concreta posible hablar de las narraciones de los humanos cuando al parecer han experimentado eso que llamamos muerte. Al respecto, la generalidad de los que han, supuestamente muerto y resucitado, afirman haber visto una especie de túnel, de umbral o portal iluminado y una luz al final de ese túnel o portal. Hablan, ellos, de una especie de recibimiento dado por seres celestiales (ángeles tal vez) o parientes muertos tiempo atrás, que los invitan a cruzar dicho túnel o a que no lo hagan hasta haber concluido algo pendiente aquí, aquí en este plano de existencia: la Tierra.

No se sabe o no lo han externado (si es que lo ha experimentado alguien), si alguna vez ese túnel haya sido obscuro y al fondo de tal se vean sólo tinieblas y el recibimiento sea dado por seres infernales y/o parientes y amigos que en vida fueron malvados.

Realmente, las ciencias médicas aún no han sabido si esas sean las últimas manifestaciones que la mente del hombre tiene todavía vivo o en el trance de perder la vida más aun no perdida; y al recuperarse, es lo que se recuerda. Pero si muere, es decir, si ’pasa’ ese ’túnel’ o ’umbral’, ya no regresa. Hasta donde se sabe materialmente hablando, nadie ha cruzado ese túnel y ha regresado de dentro (¿o de afuera?) y contado lo visto y oído a los que nos consideramos aún vivos (los que estamos fuera… o, ¿dentro?).

El fenómeno de la catalepsia, no es una muerte real, es una muerte fingida. Las ciencias médicas saben bien que, ésta, es un accidente nervioso repentino que suspende las sensaciones y provoca la pérdida del movimiento voluntario del cuerpo. En el humano, la catalepsia está asociada con enfermedades del cerebelo, como la histeria y la esquizofrenia. No se piense pues, como muchos, que los catalépticos murieron y luego resucitaron.

LA MUERTE EN RELACIÓN CON LA EXISTENCIA HUMANA

Ahora, la segunda vertiente filosófica: la muerte en su relación específica con la existencia humana, esto es, con la existencia y actuar del hombre. Así entendida, la muerte puede considerarse como: 1). La iniciación a una nueva forma de vida; 2). Como el final de un ciclo de vida; o 3). Como una posibilidad existencial.

1). La muerte como la iniciación a un nuevo ciclo de vida

Como la iniciación a un nuevo ciclo de vida, la muerte es entendida por muchas doctrinas y corrientes filosóficas como una continuación de este fenómeno –no muy bien entendido y por supuesto no muy bien definido llamado vida– en este plano de existencia y a través de un alma inmortal y en algún otro plano de existencia. Desde esta posición, Platón (428 a 347 o 348 a. de C.) afirmaba que la muerte era: la separación del alma del cuerpo. Además, que: el cuerpo era la tumba del alma. En síntesis, desde este punto de vista, con esta separación (la del alma y el cuerpo) se iniciaba el nuevo ciclo de vida para dicha alma, ya sea reencarnado en un nuevo cuerpo para una nueva vida en esta misma Tierra o como una forma de vida incorpórea. En este último sentido, Plotino (¿205 a 270? d. de C.) sostenía que: Si la vida y el alma existen después de la muerte, la muerte es un bien para el alma porque ejerce mejor su actividad sin el cuerpo. Y si con la muerte el alma entra a formar parte del Alma Universal, ¿qué mal puede haber para ella?

Pues bien, es precisamente dentro de este marco de entendimiento en el que se ubican, en parte, las ideas sobre la muerte en algunas sociedades secretas o discretas o incluso de corte esotérico. Estas agrupaciones, en síntesis, sostienen que: Lo que se denomina como muerte, no es más que una nueva forma de vida…

Pero no se crea que la muerte, como se acaba de concebir, es la única tesis que sostienen las sociedades secretas y que, ésta, está circunscrita exclusivamente dentro de esa corriente filosófica; también, la conciben como una posibilidad existencial. Tal postura más adelante se mostrará.

Pero dentro de este contexto (la muerte como iniciación a una nueva forma de vida), están las creencias teosóficas e hinduistas, con toda la complejidad de los siete planos superiores y sus correspondientes subplanos, los diferentes vehículos del alma o cuerpos y la gran cantidad de confusos términos en sánscrito. También aquí están las ideas del Karma, sus implicaciones y demás.

Es aquí en donde se contraviene la postura sobre la muerte como supuesta ’igualadora’ o ’equilibradora’ de las cosas. Desde un punto de vista esotérico (corriente de pensamiento que muchos aceptan y otros rechazan), un autor, Leadbeater, sostiene que: la poética idea que considera a la muerte como la niveladora universal es un absurdo nacido de la ignorancia, pues en la inmensa mayoría de los casos la pérdida del cuerpo físico, no altera el carácter moral e intelectual del individuo (es decir de su alma, de su verdadero ser), y de aquí que entre los habitantes desencarnados del mundo astral haya la misma variedad de mentalidades y moralidades que se observan en este mundo físico. En palabras llanas: los muertos no son iguales entre ellos; esto es, y permítase la siguiente fórmula retórica: tienen sus propias ’personalidades’.

Ahora, las creencias de la gran mayoría de las religiones positivas, por ejemplo, el catolicismo, también están inmersas en este grupo de ideas. Estas religiones supuestamente garantizan una nueva vida de paz, de alegría, de recompensas y de otros premios después de esta vida (o al inicio de la muerte); claro, siempre y cuando durante la vida aquí en la Tierra haya sido acorde con los preceptos y valores profesados por cada una de esas religiones; de lo contrario, esa nueva vida será de sufrimiento, de castigo y de dolor en un lugar infernal y terrible. Sólo léase la Divina Comedia de Dante Alighieri.

Para la teosofía y otras doctrinas, la vida es pasajera, el hombre no es solamente este cuerpo (el cuerpo es sólo la envoltura, es un vehículo), el hombre es realmente un peregrino (término profundamente esotérico), la verdadera vida es otra y el verdadero ser es otro diferente al que vemos diariamente cada quien en el espejo; además, este mundo no es nuestro sitio, sino otro superior (Mi reino no es de esta Tierra…).

Se impone aquí abordar la creencia implícita de la inmortalidad, dentro de esta corriente filosófica. Independientemente de cómo sea entendida por el momento, Goethe (1749 a 1832) recomienda la mayor discreción al aconsejar que: Aquel que cree en la inmortalidad debe disfrutar su felicidad en silencio, sin presumir de ello. Y respecto a las religiones que sostienen que esa inmortalidad existe, Ingersoll (1833 a 1899), acertó al afirmar que: Nuestra esperanza de la inmortalidad no procede de religión alguna, pero casi todas las religiones proceden de esa esperanza…

Sobre la inmortalidad e implícitamente la reencarnación, esto es, como algo cíclico, Schopenhauer, nuevamente, la bosqueja al comparar la muerte con el ocaso del Sol en un lugar, al mismo tiempo que es el orto del mismo Sol en otro lugar. La religión hindú y las ideas budistas ya lo habían expuesto siglos atrás cuando planteaban la idea de la cadena de reencarnaciones a la que está atado el hombre común mientras no alcanza cierto estado de espiritualidad (es su Karma).

Idénticas ideas (o muy parecidas) a las anteriores nos asaltan cuando se piensa que la vida del hombre sobre la Tierra es una especie de preparación o acercamiento a una vida diferente después del trance de la muerte, ya sea que ese hombre quiera o no prepararse consciente y voluntariamente para tal evento. Sobre esto, Montaigne (1533 a 1592) decía en su tiempo: Si no sabes cómo morir, no te preocupes, la naturaleza te lo enseñará a su debido tiempo. Y de acuerdo con él mismo: El que ha aprendido a morir ha olvidado lo que es ser esclavo.

Con lo anterior, contrastan las afirmaciones de Alfonso Sierra Partida (1918 a 1981), quien sostiene que el alma, el espíritu, el aliento o el soplo de vida, no son términos que se refieran a un elemento inmortal de la naturaleza humana que sobreviva a la muerte del cuerpo; él, dice que: El alma, se debe considerar como sinónimo de personalidad humana, la cual incluye al temperamento y a la inteligencia; y que: el espíritu, debe conceptuarse como una consecuencia de uno de esos atributos: el de pensar.

Para el mismo autor, la inmortalidad se refiere a quienes han dejado una huella en la historia, un camino o una herencia; y sobre la resurrección de la carne se refiere, metafóricamente, a los hijos (a la descendencia). Con base en esto, el hombre es inmortal en la medida de su vida y su obra, por lo legado a las futuras generaciones durante su tránsito terrenal (Esto realmente es un materialismo sui generis).

Para la teosofía y otras doctrinas orientales, esa alma sí es inmortal, sólo que dicha doctrina no presenta tan automático ni tan fácil el trance hacia la muerte ni el tránsito de ésta hacia esa inmortalidad. Para la teosofía y aquellas asociaciones con ideas afines, el hombre tiene que superarse y prepararse en esta vida material para entrar y poder acceder a los diferentes niveles o planos superiores de existencia: el astral, el mental, el búddhico, el átmico, el Anupadaka y el Adi. Según la doctrina teosófica y algunas otras ideas religiosas orientales, se requiere salir de la rueda del Karma para alcanzar esos niveles en los que el hombre se hace uno con el Universo, con el Cosmos. Es entonces cuando se retorna al estado al que realmente pertenecemos y nos corresponde.

Estas últimas ideas y afirmaciones no son aceptadas de forma generalizada por la humanidad. Es cuestión, también, en este plano de existencia, de creencia y aceptación.

2). La muerte como el final un ciclo de vida

Filosóficamente, como el final de un ciclo de vida, la muerte se entiende como el reposo o la cesación de los cuidados de la vida. Marco Aurelio (121 a 180 d. de C.) al respecto sostenía que: En la muerte está el reposo de los contragolpes de los sentidos, de los movimientos impulsivos que nos arrojan aquí y allá como marionetas, de las divagaciones de nuestros razonamientos, de los cuidados que debemos tener para el cuerpo. En este mismo tenor, algunos años atrás, Horacio (65 a 8 a. de C.), ya sostenía que: La muerte es el último límite de todas las cosas (Mors ultima línea rerum est).

Paralelamente, desde este punto de vista, Leibniz (1646 a 1716), concebía el final del ciclo de la vida (del ciclo vital) como la disminución o decadencia de la propia vida. Leibniz sostenía que: No se puede hablar de generación total o de muerte perfecta, entendida rigurosamente como separación del alma. Lo que denominamos generación es desarrollo y aumento y lo que llamamos muerte es decadencia y disminución.

A su vez, Hegel (1770 a 1831), consideraba a la muerte como el fin del ciclo de la existencia individual o finita por su imposibilidad de adecuarse a lo universal, y lo manifestaba así: La inadecuación del animal a la universalidad es su enfermedad original y es el germen innato de la muerte. La negación de esta inadecuación es, precisamente, el cumplimiento de su destino.

En general, pensadores y doctrinas inmersas en esta vertiente de pensamiento consideran a esta vida en la Tierra, como un lugar o algo en donde se lucha, se sufre, se padece, en fin. Séneca (¿4? a 65 d. de C.) al respecto decía: La vida es como una escuela de gladiadores, donde los hombres viven y luchan unos contra otros; Antes, Eurípides (480 a 406 a. de C.) afirmaba que: La vida no es verdadera vida, sino sólo dolor; así mismo, sostenía que: La vida es lucha; y para Marco Aurelio (121 a 180 d. de C.), La vida es guerra, y la estancia de un extraño en tierra extraña.

Y aunque hay pensadores y filósofos que sostienen lo contrario, que la vida aquí es un deleite o algo así por el estilo, son los menos. A fin de cuentas, coloquialmente hablando (vulgarmente pues): cada quien habla de la feria según le va en ella.

En concreto, desde esta perspectiva: la muerte como el final del ciclo de vida (vida aquí en la Tierra, en la parte material de ésta) es salir de este estado, en general caótico, difícil y conflictivo. Estos puntos de vista están muy vinculados con las corrientes filosóficas que sostienen el final de la vida como un fenómeno natural y nada más.

3). La muerte como una posibilidad existencial

El concepto de la muerte dentro de este grupo de ideas, implica que, ésta, no es un acontecimiento particular que se ubica en la iniciación de una nueva vida o en el término de un ciclo de vida propio del hombre, sino que es una posibilidad siempre presente a lo largo de toda la vida humana y de tal naturaleza que determina todas sus características fundamentales. Desde esta perspectiva, Ovidio (43 a. de C. a 17 d. de C.), decía: Doquiera que miro no veo otra cosa que reminiscencias de la muerte.

Dilthey (1833 a 1911), en su filosofía de la vida, sostiene que: La relación que determina de un modo más profundo y general el sentido de nuestra existencia es la relación entre la vida y la muerte, pues la limitación de nuestra existencia por la muerte es siempre decisiva para nuestro modo de comprender y valorar la vida. Y ya La Bruyere (1645 a 1696), con anterioridad, bosquejaba esta manera de pensar sobre la muerte cuando afirmó que: La muerte no llega nada más que una vez, pero se hace sentir en todos los momentos de la vida. Y aun mucho antes, Jorge Manrique (¿1440? a 1479), nos llamaba la atención al respecto con su muy famoso fragmento:

Recuerde el alma dormida,
avive el seso e despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando…

Es también en este espacio filosófico en donde algunas escuelas de corte esotérico vuelven a manifestarse al respecto no nada más concibiendo a la muerte como una iniciación a un nuevo ciclo de vida, sino como algo que también es determinante en esta vida al afirmar que: La vida se sostiene por la muerte.

Y nuevamente Dilthey, continuando en esta corriente de pensamiento, sistematizó las ideas y sostuvo que: La muerte constituye una limitación de la existencia, ya no en cuanto a que constituye su término, sino en cuanto a que constituye una condición que acompaña todos sus momentos. Sobre lo mismo, Jaspers (1883 a 1969), reproduce de alguna manera la concepción de la teología cristiana de la muerte en el concepto de situación-límite, esto es, de una situación decisiva, esencial, ligada a la naturaleza humana en cuanto tal e inevitablemente dada con el ser finito.

Con todo este bagaje, se pudieran aceptar las afirmaciones de Heidegger (1889 a 1976), cuando, él, planteaba que la muerte es la posibilidad de la imposibilidad de la existencia, y lo externaba así: La cadente cotidianeidad del ser conoce la certidumbre de la muerte y sin embargo esquiva el ser que sea cierta. Pero este esquivarse atestigua que la muerte tiene que concebirse como la posibilidad más peculiar, irreferente, irrebasable y cierta.

Desde este punto de vista, o sea, como posibilidad, la muerte no le da al ser nada que realizar ni nada que como real pudiera ser él mismo. La muerte es la posibilidad de la imposibilidad de todo conducirse a… de todo existir… En el precursar la muerte indeterminadamente cierta se expone la existencia a una amenaza constante y surgente de ahí mismo.

De esta forma, el ser se encuentra así ante la nada de la posible imposibilidad de su existencia. La muerte es la amenaza que tal imposibilidad hace pesar sobre la existencia humana. La muerte es la nulidad posible de todas las posibilidades del hombre y de la total forma del hombre. Y ya que toda posibilidad puede, como posibilidad, no ser, la muerte es la nulidad posible de cada una de todas las posibilidades existenciales y constituye la limitación fundamental de la existencia humana como tal. Por lo tanto, la certeza del carácter evanescente de la vida, aceptado desde los tiempos de las cavernas, con el hombre de neandertal primero, luego con el hombre de cromañón y ahora con nosotros hasta nuestros días, era y sigue siendo desesperante…

¿QUÉ ES LA MUERTE PUES?...

¿Quién?, simples mortales, indubitablemente ha muerto y regresado de esa muerte para contarle a los vivos lo visto y lo oído en ese estado. Ni Psique, que bajó al Hades por el amor a Eros; ella fue al mundo de los muertos viva y regresó de ahí viva (así lo describe el mito). Ni tampoco Odiseo Laertiada en busca del adivino Tiresias el tebano. Ulises, también entró al Hades vivo, encontró sus respuestas y salió del Hades vivo. Tampoco Heracles entró ahí muerto ni otros héroes más.

A Odín, en su afán por alcanzar la sabiduría total, sólo le faltaba saber que había en la muerte, por eso, se ahorcó y murió por nueve días, luego volvió al mundo de los vivos. Pero Odín era ya un Dios, no era un simple mortal como nosotros. Los mitos escandinavos se limitan a relatar este hecho, pero no describen lo que Odín vio y aprendió allá, ni qué clase de sabiduría allá mismo adquirió.

Es la literatura sánscrita (la teosófica) la que de alguna forma nos describe ese mundo de ultratumba (por así llamarlo), entendiendo tal mundo como aquellos estados o realidades (o lo que sean) que hay cuando y después de que el cuerpo carnal deja de funcionar, cuando acontece la muerte pues. Pero igual, es cuestión, aquí, de convicción.

Así que dejémonos por lo pronto, mientras estamos vivos, de complejidades filosóficas, de teorías exóticas, de especulaciones, de anécdotas e historias; y para algunos, de devaneos de la mente. ¿Quién sabe?… hagámosle caso por ahora al emperador romano Marco Aurelio (121 a 180 d. de C.), así que, dejémosle momentáneamente a los filósofos la tarea de filosofar; a los pensadores, la tarea de pensar; y a los historiadores, la de encontrar... Tal vez con respecto a la muerte así es lo mejor.

Dejemos ya esas cosas atrás y acerquémonos ahora a los poetas, para poetizar. Ellos, genios y maestros de la intuición, que con su arte acceden a verdades que están más allá del razonamiento, con seguridad tienen un mejor conocimiento o sentimiento de la muerte y de lo que representa. Así, Rubén Darío (1867 a 1916), en un fragmento del Coloquio de los Centauros, nos la describe.

¡La muerte! Yo la he visto. No es demacrada y mustia
ni ase corva guadaña ni tiene faz de angustia.
Es semejante a Diana, casta y virgen como ella;
en su rostro hay la gracia de la núbil doncella
y lleva una guirnalda de rosas siderales.
En su siniestra tiene verdes palmas triunfales,
y en su diestra una copa con agua del olvido.
A sus pies, como un perro, yace un amor dormido.

Así descrita, venga pues la muerte como el Comendador Juan Escrivá entre el Siglo XV (?) y el XVI paradójicamente la tenía: Ven muerte, tan escondida, que no te sienta venir, porque el placer de morir no me vuelva a dar la vida.

Ya para finalizar, quiero cerrar con esta frase de Montaigne (1533 a 1592): Aquel que enseña a los hombres a morir les enseña al mismo tiempo a vivir.


Texcoco de Mora, Estado de México, a 29 de octubre de 2023.

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